Por Jaime de Rivero Bramosio
Uno de los grandes desafíos actuales es la reaparición de formas inéditas de intolerancia cultural. La tendencia unificadora del mundo occidental contiene una carga intrínseca de autoritarismo, en tanto aquello que no se ajuste a los patrones de “progreso” o “modernidad” tiende a ser desechado o destruido. El escenario favorece el rebrote de la intolerancia, que se manifiesta a través del racismo, xenofobia y otras formas de discriminación. Este peligroso proceso hacia el etnocentrismo ha sido potenciado vertiginosamente por la globalización, convirtiéndose en una amenaza apremiante para las culturas.
Una forma de intolerancia cultural que observamos en nuestros tiempos es la propuesta de prohibir las corridas de toros. Este caso muestra como los ideales de otra cultura han penetrado en nuestra sociedad, enfrentando a algunos individuos con sus raíces e identidad. Y es que la cultura dominante le ha asignado un valor absoluto a la protección de ciertos animales, sin admitir divergencia. La intolerancia surge para rechazar que el sacrificio del toro sea un valor aceptado en otro grupo humano, y discriminarlo como bárbaro o inculto.
La cultura taurina, presente en cientos de pueblos del Perú, es una de tantas que coexisten en nuestra plural y compleja realidad. Es portadora de identidad y valores que tienen validez entre sus miembros, al margen del juicio que terceros hagan de ella.
La mayor barbarie cultural es el despre
cio por lo distinto, por quienes no comparten la misma opinión. Esta clase de violencia hegemónica ha causado la destrucción de gran parte de la riqueza de la humanidad, desde los orígenes de la civilización.
El derecho humano a la cultura surgió a inicios del s. XX, para proteger la libertad de las personas de elegir y participar de su propia cultura. Es un derecho que deriva de la dignidad humana y está consagrado en la Declaración Universal de Derechos Humanos como en constituciones y tratados internacionales.
Ante la vorágine de la globalización, los derechos culturales se han fortalecido en la última década generando una corriente mundial de lucha por la protección de la diversidad cultural que lidera la UNESCO. La finalidad es alcanzar el respeto intercultural y tender puentes entre los pueblos como una garantía de paz.
En el Perú, la intolerancia se asoma en un proyecto de ley que pretende prohibir el ingreso de menores de edad a los cosos, al considerar arbitrariamente que las corridas generan violencia. La propuesta que carece de un estudio científico que la avale, atenta contra el futuro de la tradición, al impedir la transmisión de conocimientos entre generaciones. El proyecto es inconstitucional porque viola el derecho humano a la cultura y, además, el Tribunal Constitucional ya ha reconocido que la tauromaquia forma parte de nuestra diversidad cultural, la que debe preservarse por mandato de la Constitución.
Los peruanos debemos aceptar nuestra diversidad cultural para poder erradicar la exclusión y la discriminación. La tolerancia es un pilar esencial de la democracia que debe contribuir eficazmente a alcanzar la paz social.