domingo, 26 de octubre de 2014

BOTERO: "MI AMOR PURO POR LOS TOROS, ME LLEVÓ A PINTARLOS"



Mundotoro


Madrid (España)'Mi amor puro por los toros fue lo que me llevó a pintarlos'. El artista colombiano Fernando Botero se mostró así de rotundo en la presencación en Nueva York el pasado jueves de 'Bullfight: Paintings and Works on Paper'. Se trata de una recopilación de 140 óleos y 35 dibujos que el pintor realizó de la tauromaquia en sus más de 60 años de profesión.

'Los toros hacen la vida fácil al pintor porque es una actividad que ya de por sí tiene mucho color: el traje de luces, la arena, la barrera, el público... Es un tema maravilloso, le da poesía a la pintura', explicó el colombiano en la rueda de prensa.

Además, Botero confesó que su afición por los toros le condujo a la pintura: 'Cuando era adolescente ingresé en la escuela de tauromaquia y me llevó a hacer mis primeras acuarelas, por lo que a través de los toros llegó mi afición por la pintura'. Y conluyó:'Me faltó coraje' para ser torero.

Su recopilación comienza con una sentencia: 'Siempre voy a hacer pinturas de las corridas de toros', y se explica:  'Es algo que me ha fascinado toda la vida. Primero, porque tiene todos los elementos que debería haber en una pintura, como son el color, las formas, la composición y el espacio. Pero además, es algo que también implica drama, lo que le da una dimensión más allá'.

A las preguntas sobre la controversia de las corridas de toros, Botero fue tajante: 'Siempre va a haber un alguien a quien su vocación lo va a llevar a torear y el público va a estar siempre presente'.

A sus 82 años, el pintos de los personajes voluminosos dijo sentirse 'muy afortunado' por dedicarse a su pasión y se define como 'un trabajador incansable'. Esta recopilación es la segunda tras la que publicó el año pasado relacionada con el circo.

domingo, 19 de octubre de 2014

CONDENAN POR DISTURBIOS Y ATENTADOS A ANTI TAURINOS EN DAX (FRANCIA)

Por Redacción APLAUSOS

Se les han impuesto penas económicas que oscilan entre los 3.000 y los 1.500 euros

El Tribunal de Dax ha condenado esta mañana a los responsables de los disturbios acaecidos en Rion-des-Landes en agosto y noviembre de 2013, según informa André Viard.

El Tribunal ha considerado que el Comité Radicalmente Anti Corrida, la Fundación Brigitte Bardot y la asociación belga Animales en Peligro, habían atentado al derecho al trabajo y habían organizado unas manifestaciones prohibidas.

Ha condenado a las asociaciones por una parte, y a sus directivos a título individual por otra, a unas multas de 3.000 euros cada uno, más gastos de justicia por 1.500 euros, más daños y perjuicios a favor del Ayuntamiento por 1.500 euros, y otros tantos a favor del Club Taurino organizador de las novilladas organizadas en agosto.

Asímismo, ha condenado con las mismas cantidades a Sabine Landais, que había convocado una "protesta ciudadana" en noviembre a través de facebook y de las redes sociales.

Con esta decisión fundamental conseguida por los abogados del Observatorio (Guillaume François y Michel Duffranc que aparecen en la foto), los activistas animalistas saben ya cuánto les puede costar en el futuro insultar a los aficionados e intentar impedir el buen desarrollo de los festejos taurinos.

Además, los mismos ocho activistas que han sido condenados en Dax por los acontecimientos de Rion, están inculpados por hechos similares acaecidos en varias ciudades, con lo cual es de suponer que la jurisprudencia de Dax se aplicará también en Nimes, Vic, Maubourguet y otras jurisdicciones.

domingo, 5 de octubre de 2014

FRNCIS WOLFF: "LOS TAURINOS DEBEMOS ALZAR LA CABEZA CON EL TESORO QUE TENEMOS"


Tomado de "Los Toros y la Filosofía" por el Centro de Etnográfico del Toro de Lidia, de Castilla y León (España). 

Francis Wolff

Cuentan la historia siguiente. Se encuentran, en los años 50, el mayor filósofo alemán, Heidegger, y el mayor filósofo español, Ortega y Gasset. Pregunta el primero, con un punto de xenofobia: “¿Por qué hay tan pocos filósofos españoles?”. Responde el segundo, con un punto de ironía: “¿Y por qué hay tan pocos toreros alemanes?”.

Esa historia es ciertamente inventada pero tiene su fondo de verdad. Los países de fuerte tradición filosófica no fueron tierras taurinas, y viceversa. Del lado no taurino, vale la pena señalar unas alusiones de parte de Rousseau o de Kant (en su Antropología) a la valentía del carácter del hombre español comprobada por la tauromaquia. Del lado taurino, la Filosofía de los toros, del famoso periodista Santos López Pelegrín “Abenamar”, editor de la Tauromaquia de Francisco Montes “Paquiro”, es un tratado sobre los toros pero que no tiene nada de filosófico en el sentido estricto del término.

También es el caso de la Filosofía del toreo, de B. Torralba de Damas con un prólogo de Marcial Landa eilustraciones de K-Hito.

¿No habrá intersecciones entre especulaciones auténticamente filosóficas y conocimientos de las cosas taurinas? Sí, por supuesto. “La caza y los toros” (Revista de Occidente, Madrid, 1968), de José Ortega y Gasset, contiene el “Epílogo” que escribió para el libro de Domingo Ortega “El arte del toreo”, con algunas reflexiones sobre el toro bravo, así como algunos fragmentos taurinos inéditos del mismo autor. Del lado antitaurino, debe uno señalar los Escritos de toros (Unión de Bibliófilos Taurinos, Madrid, 1964), una colección de artículos, notas y dibujos de Miguel de Unamuno, en los cuales lamenta el hecho de que los aficionados –los ‘deporteros’ contemplativos– no se entreguen al juego de las ideas sino que pasen los días discutiendo de fútbol y toros.

Muy diferentes son las aportaciones recientes de algunos filósofos españoles y franceses al pensamiento de las corridas de toros, que ponen su racionalidad filosófica al servicio de su afición taurina, o, dicho en otros términos, ponen su experiencia de espectador taurino al servicio de sus reflexiones filosóficas. Se trata, en primer lugar, de Víctor Gómez Pín, filósofo catalán bien conocido, cuya aportación a la ética de la fiesta es manifiesta en su obra “La escuela más sobria de vida. Tauromaquia como exigencia ética” (Madrid, Espasa Calpe, 2002), inspirada por reflexiones proustianas sobre la relación entre el arte y la vida. Pero no se debe olvidar las convincentes defensas de las corridas en nombre de los valores humanistas de Alain Renaut (Catedrático de Filosofía moral y política de La Sorbonne) en “L’esprit de la corrida”, La Règle du jeu, (París, Grasset, 1992) o en “Critique, Éthique et esthétique de la corrida”, 723-724 (de agosto-septiembre 2007).

En la misma prestigiosa revista literaria (fundada por el escritor, aficionado a los toros, G. Bataille), hay dos contribuciones originales: una de Christian Delacampagne, filosofo del arte y de la política, acerca de las peculiaridades del espectáculo taurino, y otra de Vincent Delecroix, filósofo de la religión y especialista de Kierkegaard, sobre las singularidades del ritual en los toros.

¿Por qué filosofar sobre los toros? Es verdad que la fiesta no necesita filosofía; tampoco la necesitan la pintura, la música o la poesía. Quien necesitaba filosofar sobre los toros era yo.

Después de casi 40 años como aficionado a los toros y filósofo profesional, necesitaba reunirme conmigo mismo. A falta de poder curar sus pasiones, un filósofo debe esforzarse por expresarlas en el idioma de la razón. Y, en mi caso, se trataba de saldar una deuda: devolver a la fiesta de toros un poco de la experiencia absolutamente singular y sin embargo universal que me ha ofrecido y el sinfín de goces que me brinda transponiéndolos en una lengua extranjera y universalmente accesible (por lo menos, eso es lo que intenté hacer), la de los conceptos y los argumentos.


Digo “extranjera” porque no suele uno hablar de toros en términos racionales. Parece una empresa incongruente. ¿Qué sentido puede tener «filosofar» sobre un arte, menor donde los haya, o sobre un juego, por serio que sea? No es que haya temas inconvenientes o asuntos demasiado fútiles para la filosofía. Por lo demás, la corrida de toros no es ni inconveniente ni fútil, sino, si acaso, edificante y grave más bien. Infunde a quienes la aman y la comprenden, emociones y alegrías tan profundas y refinadas como las artes más estéticamente correctas. Es más bien que no se sabe cómo podría la filosofía abordar la corrida de toros.

Dicen que la filosofía se esfuerza por responder a dos preguntas fundamentales: la pregunta “¿qué es?” (dicha de esencia) y la pregunta “¿por qué?” (dicha del fundamento). Ahora bien. ¿Qué es la corrida de toros? Nadie lo sabe. Nadie puede responder a esa pregunta –y la filosofía aún menos–. Pero quizá se puede filosofar sobre este mismo hecho: la corrida de toros no puede ser definida. Se puede hacer su historia, describir sus fases, determinar sus reglas, pero no se puede decir lo que es. ¿Por qué? Porque no encaja en ninguna categoría definida.

De hecho, la fiesta no es ni un deporte, ni un juego, ni un sacrificio, y no es exactamente un arte ni verdaderamente un rito; toma algo de todas esas prácticas, que son la cultura misma, y hace de todo eso una creación original y, por así decirlo, única. Con un poco de todas las grandes prácticas humanas, por más superficial que sea ese “poco”, hace su propia profundidad. Por ejemplo, al deporte le toma prestado la escenificación del cuerpo y el sentido de la hazaña física. De las bellas artes, toma lo esencial: la transformación de una materia bruta (que es la arrancada natural de un toro bravo) en una obra humana, armoniosa, templada, como en la doma, se humaniza al animal. De los cultos toma la obsesión de los signos, y por ellos mantiene el hipertrofiado ritual que le caracteriza. Al juego le toma prestado la gratuidad y la finta.

Hace la tragedia real, porque se muere de verdad, pero sin embargo teatraliza la lucha a muerte, porque vida y muerte se juegan disfrazadas en traje de luces. De un juego hace un arte, porque no tiene otra finalidad que su propio acto; de un arte, hace un juego porque entrega su parte al azar. Espectáculo también lo es, por supuesto, quizás el más aparatoso de todos. Pero es el espectáculo de la fatalidad y, al mismo tiempo, de la incertidumbre (donde todo parece necesario y posible), donde todo es imprevisible –como en una competición deportiva– y el final conocido de antemano –como en un rito sacrificial–. De tal forma que la corrida no pertenece a ninguna categoría predefinida –pero es la reunión en un acto único de todos los componentes de la cultura humana–. Por eso, en todas las civilizaciones humanas donde hubo toros bravos, se inventó una tauromaquia.

La segunda pregunta filosófica es la cuestión “¿Por qué?”. Tampoco se puede responder a esa pregunta, pues sería saber responder a la pregunta “¿qué es el hombre?”, como acabamos de observar. Pero hay una manera indirecta de responder al “¿por qué”, que es determinar “¿para qué?”. O sea los valores. Por lo tanto, ¿Cuáles son los valores de la fiesta?

Hay muchos. Valores ecológicos: biodiversidad, cría extensiva, equilibrio del ecosistema de la dehesa, respecto de la naturaleza del animal en sus condiciones de vida, etc. Valores humanistas: grandeza del hombre, victoria de la inteligencia sobre la fuerza, de la cultura sobre la naturaleza, etc. Valores éticos: el coraje, la abnegación, la lealtad, el desdén del sufrimiento, la señoría del cuerpo por la mente, etc. Valores estéticos, lo bello y lo sublime: lo bello, o sea la mesura, la disposición de todas las partes en un todo; lo sublime, o sea la desmesura, el exceso de todas las partes en el todo. Y la corrida de toros, por veces, nos ofrece lo bello, por veces lo sublime.

Pero quizás no lo más importante, sino lo más aparente, entre todos esos valores, sea la fusión singular de ellos que proporciona la fiesta de los toros. Se trata de una práctica, de un espectáculo, de un arte, de un rito (¡lo que sea!) en el cual los valores estéticos se confunden con los valores éticos. Y es la única práctica viva de este tipo, no veo otras. En general, en nuestra época, está por un lado el arte (que produce, a veces, obras bellas o emocionantes, a veces trastornantes), y está, por otro lado, la vida (donde se manifiestan, a veces, conductas dignas o sabias, a veces heroicas). Pero el arte siempre se opone a la vida.

La corrida de toros es, precisamente, la fusión de los valores estéticos del arte con los valores éticos de la existencia. Y esto nos remite al origen mismo del arte, o mejor dicho a su mayor razón de ser, en el cual el « bello gesto » es al mismo tiempo gesto moral (por lo que muestra de valentía, de generosidad, de grandeza, y sobre todo de lealtad para con el adversario), y también gesto artístico (por lo que muestra de armonía, de pureza, de equilibrio, de poder expresivo). Los griegos tenían una sola palabra para designar lo que admiramos en una persona: kalon, que significa al mismo tiempo bello y bueno.

Kalon es la postura del torero en cuanto torero, o sea no solo cuando torea bien «como Dios manda», sino cuando está en torero. Porque Kalon se refiere a la cualidad del cuerpo visible, a la elegancia sensible, a la armonía de una obra equilibrada, pero también a la cualidad de la actitud moral, a la elegancia del alma, a la postura de quien está en armonía con el mundo, al mismo tiempo sereno y despegado, al mismo tiempo atento y distanciado de los acontecimientos, distanciado de sus propios intereses vitales inmediatos, hasta el punto de parecer elevarse más allá de su propia vida. La corrida nos dice: en el gesto torero, en la suerte lograda, en la bella tanda, en la gran faena, no podemos distinguir lo que es ético (valiente, entregado, conquistado sobre el riesgo de herida o de muerte) y lo que es estético (armonioso, necesario, magnífico, sublime).

La corrida nos dice: el derecho de matar al animal respetado, sólo se adquiere al precio de jugarse la vida. Y ese riesgo no es vano, como en las apuestas adolescentes, pues produce una obra, no con el toro –adversario en el combate que debe ser dominado y vencido– sino con su embestida, que debe ser formada, informada, transformada, que debe ser conducida, apaciguada, acariciada, en suma desnaturalizada, para que se haga bella, humana, poética. La corrida une lo bello y lo bueno, como también une el arte popular con el erudito, como también une los dos lados de toda creación humana: el sol con la sombra, la fiesta de la vida con la tragedia de la muerte. No hay ninguna otra creación humana tan rica. Por eso, nosotros, aficionados a los toros, tenemos que alzar la cabeza con el tesoro que poseemos.