miércoles, 25 de abril de 2012

LOS TOROS, ¿UN ESPECTÁCULO ANACRÓNICO O ATEMPORAL?

Por Jorge Cuesta
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Vengo de una familia de escritores, y ustedes seguramente dirán: "¡claro!, será algo del poeta del mismo nombre", pero no es así. 

Mi bisabuelo fue cronista taurino, llamado Carlos Cuesta Vaquero, fue conocido en el mundo del duende y el toro como Roque Solares Tacubac. Según entiendo en su época fue respetado en su rol de escritor tanto como en su rol de Médico de Plaza, y aún hoy en día se le respeta y recuerda en el medio inclusive tomando algunas notas de sus escritos para configurar lo que ha sido esta fiesta por muchos años.

En lo personal les puedo decir que mi relación con los toros ha sido de alguna manera esporádica o por temporadas. Los primeros 5 años de mi vida los viví metido en el medio por mi padre, heredero de ese veneno por parte de su abuelo y quien a su vez me heredó la afición llevando a casa a toreros de todos tipos y cortes. Aún recuerdo a Manolo Martínez, a quien por breve tiempo mi padre apoderó, pero de quien fue amigo hasta el día en que el diestro murió. Recuerdo también a Miguel Munguía El Inspirado” que según decía mi padre hubiera sido un figurón del toreo si no hubiese sido tan “golfo”. El Santanero, ahora apoderado y de quien tengo gratísimos recuerdos, y otros con quienes en esa temprana época de mi vida conviví de alguna manera y conocí tanto como un niño pueda conocer a estas figuras al verlos unos minutos en casa antes de dormir o escucharlos platicar con su padre.

Al separarse mis padres a los 5 años dejé de ir a los toros. Ese mundo se cerró para mi y no volví a saber de él en muchos años. No lo extrañé porque estuve ocupado en otros eventos y participando en actividades muy distantes a las que tenían que ver con la fiesta brava.

A los 12 años una vez puestos de acuerdo mis padres en que era hora de empezar a ver más seguido a mi padre tuve la oportunidad de volver a viajar con él por periodos más largos. Aún recuerdo ese primer reencuentro de largas temporadas cuando a esa edad lo acompañé todo el verano a distintas ferias y eventos. En ese entonces él apoderaba a una camada de jóvenes toreros, David Silveti, José Antonio Ramírez “El Capitán”, o “El Capi” como lo nombrábamos con cariño y Humberto Moro. Recuerdo que mi padre decía que si pudiéramos meter en la licuadora a Humberto Moro y El Capitán, sacaríamos al mejor torero del mundo, con un valor desmedido y un arte sin igual; quizás Dios lo escuchó y creó a José Tomás.

Como dijo Alberto Cortez “el tiempo pasó…” y de los doce en adelante no dejé mas de asistir a las corridas de toros, hasta que en los 90´s un par de toreros mexicanos me quitaron de los toros al ver su desidia en una corrida de toros de aniversario de la Plaza México donde perdieron la pelea con dos figurones ibéricos.

Así con idas y vueltas he llegado hasta hoy, cuando después de un año de ver las corridas de España por el sistema de paga y seguir la temporada de la plaza más grande del mundo revivió en mi el gusano del toro, el veneno y el piquete que te da ese duende que aparece en algunos momentos solo en este singular espectáculo.

Sin embargo amigos, hoy que me vuelvo a emocionar con los nuevos valores de nuestro país y con las figuras vigentes de ambos lados del océano atlántico; aún sin saber de toros cualquiera se puede emocionar después de ver faenas como la de Sebastián Castella a “Maetro” o “Guadalupano” de la ganadería de Teófilo Gómez, o la de Diego Silveti a “Charro Cantor” de la ganadería de Los Encinos (les sugiero que las vean en youtube). Hoy que me vuelvo a apasionar cuando escucho una buena narración de toros y a molestar cuando escucho una mala; es precisamente en estos tiempos cuando ha tomado fuerza un movimiento en contra de la fiesta de los toros tanto en España, como México y no sé si en otros lugares.

Es por esta razón que decidí escribir esta columna para no irme a la tumba sin haber expuesto mi opinión, buscando con mis letras honrar un poco a aquel que puso una semilla que llegó hasta mi generación y ahora a la de mis hijos.

Comenzaré diciendo que quienes hoy atacan la fiesta y buscan su abolición tienen un punto de razón. Es cierto que los toros son para muchos un espectáculo anacrónico, no digno de existir en pleno siglo 21 y en pleno año del fin del mundo. Quienes atacan el espectáculo lo hacen desde un punto racional y evolutivo muy válido. El sufrimiento de un animal en manos de un ser humano, sin que el primero se pueda defender y dándole todas las ventajas al segundo para que acabe con la vida del burel y se vista de gloria. “Espectáculo sangriento” mencionan los defensores de dicha causa,“sufrimiento innecesario y cruel” complementan. Y mueven a políticos de algunas latitudes donde es legal la Fiesta de los Toros.

Entiendo ese punto de vista. Inclusive en lo personal no he tratado de inculcar la fiesta en mis propios hijos y he dejado que ellos solos al crecer puedan decidir si les gusta o no.

Sin embargo como aficionado y como miembro de una familia que ha sido taurina por quizás más de 100 años creo que también es justo que de mi punto de vista y explique por qué considero que la Fiesta Brava debe continuar.

Es cierto que en las corridas de toros el 99% de las veces gana el torero, que el toro está en desventaja y que en cierta forma su defensa está limitada y es superada por la inteligencia de su contrincante. Es cierto. Sin embargo en los rastros el 100% de las reses mueren sin tener siquiera esa pequeña oportunidad de revancha o de supervivencia.

Las reses criadas o creadas para la engorda y el alimento viven en condiciones mucho menos favorables de las que viven las vacas y toros de lidia, con comida y cuidados sumamente inferiores a los de un Toro de Lidia. Muchas de ellas son asesinadas siendo pequeñas o “terneras” para que su carne esté más suave al momento que ambientalistas o no las comamos. Las pequeñas y las grandes son muertas en rastros de todo el mundo donde un porcentaje altísimo es muerto a golpes y con un sufrimiento mucho mayor del que sufre el Toro de Lidia. Sin ninguna posibilidad de matar a quien los asesinará mueren sin oportunidad alguna, sin gloria y sin que nadie jamás las recuerde excepto por lo sabroso de sus costillares.

El toro de lidia en cambio, tiene dos oportunidades. La primera es la de matar con sus astas a alguno de los que desde que está en el campo hasta que sale al ruedo se le pare en el camino. Muchos han sido los participantes de este espectáculo que han muerto, tanto de los que “matan a la vaca” como de los que “le detienen la pata”. Vaqueros, ganaderos, corraleros, toreros, monosabios, apoderados y espectadores han muerto en las astas de un toro, como han muerto también los participantes en otro tipo de espectáculos como las carreras de coches. La segunda oportunidad es la de salvar la vida en base a su bravura, esto es por medio de un “indulto”. Cuando un toro es indultado su vida es perdonada y después de curar sus heridas pasa a vivir una vida digna de un semental que ninguna res de rastro jamás pudiera imaginar, digo si tuvieran imaginación.

Con esto no trato de simular que no hay dolor, solo trato de poner en contexto el dolor de un toro de lidia con el dolor del resto de sus congéneres y que son la mayoría. Solo en Estados Unidos se matan cerca de 35 millones de cabezas de ganado al año. Si consideramos que México tiene una población de aproximadamente una tercera parte que la de Estados Unidos y que la mitad es pobre debemos consumir quizás al menos unas 6 millones de reses al año. Según mis cálculos sumando el número de festejos del 2011 en España, México y el Mundo Taurino quizás se hayan matado cerca de 30 mil toros de lidia. Esto es un 0.5% del total de Reses que se consumieron en México y un porcentaje muchísimo menor si consideramos el consumo de reses en todos los países donde se dan corridas de Toros.

La fiesta brava es mucho menos violenta (aún con la muerte del toro) que las peleas de“extreme fighting” que pasan en los más modernos canales de televisión. Menos brutal que la pesca de un Marlyn o un pez vela, menos brutal que la cacería de cualquier gran trofeo (siempre que no le atinan), menos brutal que las focas que matan a golpes para no hacerle hoyos a sus pieles, y un sin fin de etcéteras. Las corridas de toros son también menos brutales que los experimentos de Estados Unidos con sus soldados para probar nuevas armas o venenos, menos brutales que la más pequeña de las guerras, reales o inventadas por temas políticos económicos o por el oro dorado o negro; menos brutales que la hambruna en el mundo que mata a 5.6 millones de niños cada año (gracias Wikipedia) y menos brutales que el abuso infantil que cobra más de 3 millones de víctimas cada año tan solo en Estados Unidos, dejando un dolor muchísimo más duradero y grande.

Las corridas de toros además de proteger una especie que se extinguiría sin ellas, son una industria que da de comer a cientos de miles de personas. Es un espectáculo que ofrece la posibilidad de vida al toro y crea fuentes de trabajo adicionales alrededor de su muerte que las que los rastros ofrecen.

Amigos, como aficionado a los toros les puedo decir que para mí la fiesta brava es un espectáculo atemporal. Hay muchas cosas a su alrededor, en su historia y en su actualidad que la hacen única. Desde mi punto de vista los toros son una fiesta cultural y de identidad nacional de España y los países Iberoamericanos. Un espectáculo que nadie ha podido terminar de definir como un deporte o un arte ya que tiene algo de los dos. Donde un hombre se juega la vida en cada segundo haciéndolo con gracia, con estética y con valor, porque ni aún quienes atacan el espectáculo pueden negar que en los toros el torero se juega la vida y se rifa el físico, basta ver las cornadas que han recibido famosos matadores en los últimos años. El toro puede morir en el ruedo, debe morir en el ruedo, mencionan los taurinos, es su razón de existir. Pero puede matar y puede vivir, eso no se puede negar y hay ejemplos en miles de ejemplares que viven en las ganaderías de toros bravos. El toro muere cada domingo 6 veces. Pero el Toro de Lidia a diferencia de sus congéneres vive en el recuerdo de la gente, emociona con su bravura y es admirado como animal por propios y extraños. El toro muere, pero a su paso por la vida ayuda a crear arte frente al peligro y da de comer no solo a la gente de las carnicerías sino a miles de familias que viven de él y por él. A su paso por la parte es admirado por todos y despierta los más profundos sentimientos que hacen que alguien aún sin saber de toros pueda levantarse y gritar “Olé” ante un pase lento y estético.

Desde el punto de vista de los antitaurinos es correcto que la fiesta debe acabar por ser un espectáculo anacrónico y sanguinario. Desde mi punto de vista debe continuar. Los antitaurinos deben enfocar sus energías en revisar como mueren reses, cerdos, pollos, pavos, borregos, chivos, burros, caballos, perros y otras especies en los rastros de todo el mundo. A mi parecer es en los rastros donde deben enfocar sus energías para evitar el sufrimiento de los animales y para tener un impacto benéfico mucho mayor.

Finalmente amigos, creo que los antitaurinos tienen tanto derecho a querer que las corridas terminen como los taurinos lo tenemos de querer que continúen. En el caso de ellos creo que es correcto que se manifiesten para pedir el término de las mismas, pero solo y únicamente cuando sus protestas vayan acompañadas en cada cartel, en cada máscara, en cada fotografía y en cada grito de una petición para que termine el hambre y la pobreza, para que terminen las guerras, para que termine el abuso infantil y un sin fin de cosas muchísimo más trascendentales que la muerte de el menor porcentaje posible de los animales que utilizamos para alimentarnos. Cuando las protestas sean enfocadas a que no se mate ningún tipo de animal por medio de sufrimiento y no solo los toros. Cuando las protestas se enfoquen a que no se mate a ningún ser humano por su raza o ideología; cuando los protestantes al menos no odien a sus congéneres más de lo que aman a los toros, ese día amigos, estaré a favor de la abolición de las corridas de toros. Mientras eso sucede creo que deben poner sus protestas en un verdadero contexto, deben encontrar causas más grandes a las cuales dirigir sus esfuerzos y respetar la cultura y la afición de cada persona.

Como decía Ernest Hemingway “Es moral lo que hace que uno se sienta bien, inmoral lo que hace que uno se sienta mal. Juzgadas según estos criterios morales que no trato de defender, las corridas de toros son muy morales para mí”.