domingo, 9 de diciembre de 2012

HABLEMOS DE TOROS

Fernando de Trazegnies Granda
Profesor principal de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú

Ya que estamos en plena temporada, ¡hablemos de toros!.

Un amigo me decía hace unos días que lo que a él le parecía mal en la fiesta taurina era que se trataba de un combate desigual..., lo que puede traducirse como abusivo. El torero -sostenía- tiene ayudantes que con la pica reducen la peligrosidad del toro, otros lo atolondran con las banderillas y el torero mismo tiene un estoque filudo y largo, mientras tanto, el pobre toro entra a esta lucha solamente con sus cuernos y su peso. No hay, pues equivalencia de fuerzas. Y concluía que un combate desigual deja de ser deportivo y se convierte en un espectáculo impropio.

Lo que me estaba diciendo con estas palabras es que veía la corrida de toros como una pelea de box donde se enfrentaba al campeón mundial de peso pesado contra un principiante del boxeo.

El argumento más contundente que me planteaba este amigo, para descartar toda posibilidad de responderle destacando la peligrosidad del toro, es que la prueba más evidente de la desigualdad de esta contienda estaba en el hecho de que normalmente gana el torero. Son muy raras las ocasiones en que gana el toro mandando al torero a la enfermería. Por lo general, es el torero quien lleva al toro hasta la muerte.

Sin embargo, pienso que el error fundamental de este razonamiento está en considerar la corrida de toros como un deporte, como un combate en que ambas partes intentar ganar puntos. La fiesta taurina no es una pelea de box ni una lucha de valetodo, donde ninguno de los luchadores puede usar un cuchillo además de su fuerza bruta para ganar al otro. Definitivamente, el toreo no es una competencia deportiva. Entenderlo de esa manera es no comprenderlo en absoluto.

La corrida de toros es un rito, es decir, un acto ceremonial que sigue ciertas normas y que busca expresar algo superior. Hay ritos religiosos (que muchas veces han incluido sacrificios de animales) que tratan de expresar la superioridad de un dios o que, mediante el agua, lavan las culpas del ser humano, hay ritos de cortesía como el protocolo diplomático que quiere dar fe del respeto que se debe a ciertos hombres públicos y a la jerarquía que existe entre ellos. La corrida de toros es un rito artístico, es decir un acto sujeto a reglas perfectamente establecidas en el que se pretende mostrar belleza a través de la elegancia del movimiento. Pero esta manifestación artística tiene la peculiaridad de que es una danza que se realiza al borde del abismo, jugando con el peligro, ya que, aunque normalmente el rito se cumple de manera cabal, no se puede negar que el torero está en peligro en todo momento y sabe perfectamente que tiene ese riesgo que constituye el costo de expresar la belleza.

Quizá debemos decir que el toreo implica dos ritos en un solo acto: uno se realiza como un homenaje a la Belleza, el otro, es un homenaje a la Razón. En la lidia, el torero destaca que la razón humana es superior a la fuerza bruta, enaltece la inteligencia sobre el poder material. Por consiguiente, para que se cumplan los fines del rito, el torero -que es el oficiante- no debe morir para así mostrar la superioridad de la inteligencia humana.

¿Que este rito requiere la muerte de un animal? Es verdad. Pero me pregunto si la muerte, en aras de la Belleza y de la Razón, de un toro que ha sido preparado para ello durante cuatro años en un ambiente totalmente libre y hasta bocólico, alguien la considera más oprobiosa que la de los toros comunes que son criados en pequeños establos donde no tienen espacio sino para comer y echarse en el suelo y que cuando todavía son "bebes" de año y medio son llevados a que les den un golpe en la cabeza, los degüellen y los cuelgen para que boten toda la sangre, a fin de que usted, amigo lector, y yo mismo, nos comamos su lomo, sus sesos y hasta sus interiores. Dejo planteada la pregunta.