jueves, 6 de diciembre de 2012

EL DEBER DEL TAURINO

Jesús Eduardo Villanueva Jiménez

A todos nos queda claro que nadie nace sabiendo o al menos, eso espero. Y en el caso de los toros, esta premisa es particularmente cierta, ya que se trata de un Arte en extremo complejo de entender cabalmente.  De igual forma, aquellos que gustamos de la tauromaquia constantemente vivimos en estos tiempos el asedio de aquellos denominados “anti taurinos”, que en su mayoría actúan de forma sistemática sin el menor dejo de razón, impulsados por una maquinaria superior a su entendimiento, que busca en ellos tan sólo el ruido que hacen y, que de este modo, obtiene un fin que va más allá de la protección de la vida de un animal que, irónicamente, no está en peligro de extinción, como sí lo están tantos otros miles de especies; siendo que este fin está ligado de forma más íntima con el poder político y el acarreo de votos. Sin embargo, hoy esa no es nuestra cuestión, ya trataré más a fondo a estos grupos de ciegas máquinas irracionales.

Como decía, es por el ataque de estos grupos radicales, que poco a poco han obtenido fuerza, beneficiados directamente por la desorganización, la apatía y la soberbia de aquellos que conforman el mosaico del mundo taurino, que cuando surgen desgracias como lo ocurrido en Cataluña y Bogotá con la prohibición más arbitraria que tengamos noticia en el mundo “libre” de occidente en los últimos tiempos o, lo sucedido en Ecuador y la trágica aparición de la intolerancia disfrazada de bondad con las corridas incruentas. Entonces es cuando el mundo taurino se sacude esa venda y se da cuenta que realmente no posee ningún escudo de invulnerabilidad, que no se trata de un superhéroe, ni de algún designio divino; la Fiesta es una maravilla generada por el hombre como todo Arte y que, como todo lo generado por el hombre, no es perene y puede desaparecer por la misma voluntad del hombre.

Cuando esto sucede, aquellos ligados al universo del toro se alarman y es entonces cuando voltean con ojos suplicantes a la población general, que muchas veces desconoce por completo la Fiesta por la misma soberbia del “taurino de cepa” que trataré más adelante. Y en ese clamor de misericordia, hacen un llamado para defender lo “nuestro”, la cultura, la historia, y tantas y tantas cosas que el grueso poblacional desconoce siquiera que están verdaderamente ligadas a su historia personal y a la de su patria, y que la tauromaquia conforma realmente parte inamovible e innegable de la historia y el desarrollo de los países hispanoparlantes. Finalmente, el resultado de tantos ataques a aquello taurino, aunado al clamor de los protagonistas es publicidad, bendita publicidad, que pareciera que es el amo y señor del mundo neoliberal en el que vivimos. Sin publicidad, no eres nada, nadie te conoce y por lo tanto, mueres por inanición.  Gracias a esta publicidad, la gente se empieza a acercar a la Fiesta, ya sea por morbo o por un interés genuino de conocer un poco del por qué esta actividad humana atrae de esta forma tan pasional, ya sea a sus defensores o sus detractores.

La Fiesta en sí misma, es un fenómeno sociológico digno de analizarse profundamente, da y quita, apasiona en todos sentidos; y, tan grande es, que muchos se juegan a diario la vida por y para ella. Por eso, esta publicidad es bien remunerada con un gran espectáculo que muestra de forma simbólica el juego de la vida misma. Es decir, el pueblo responde al llamado de alarma impulsado por esta publicidad y se encuentra con algo que va más allá de su comprensión, que bien puede agradarle o no, pero se percata que es algo que jamás volverá a pasar desapercibido en su vida.
 Este profano al mundo taurino, para quien siguen los ojos vendados y que aún se encuentra a merced de aquellos que desde fuera la vituperan a voluntad, sin una mano que lo guíe en su camino; que para poder postrarse ante la Fiesta, llega vapuleado por la desinformación de aquellos que se benefician de su ignorancia en el tema, y que quieren impedir que se acerque a conocerla, pues así podrá ser víctima fácil de sus artilugios y medio activo hacia sus fines viles. A pesar de este calvario, muchos son los que se acercan, que atraviesan ese túnel obscuro para confrontarse con su ignorancia, que reconocen poseerla, pero que ansían despojarse de ella,  muchas veces de manera desesperada. Después de este trance, la Fiesta los acoge. Los invita a adentrarse más y más en ella, les brinda a cambio sensaciones y emociones hasta ahora desconocidas por el neófito y lo impulsan a quitarse la venda de los ojos con ayuda de aquellos que previamente han sido bendecidos con el placer de vivir la Fiesta tiempo antes.

Desafortunadamente, para que un neófito pueda llegar a establecerse como “aficionado”, debe de pasar pruebas y poder sortearlas depende de las facultades y la voluntad de los recién llegados para buscar ampliar sus conocimientos. Ya que pueden caer en manos de aquellos que se autodenominan “taurinos de cepa”, y que se sienten con más derecho que cualquier otro por el simple hecho de llevar más tiempo asistiendo a las plazas de toros, porque han visto pasar a cientos de toreros, y que con mucha soberbia desprecian a esos neófitos. Estos “taurinos”, dominados por su ego, muchas veces alejan a estos posibles nuevos aficionados, los denominan “villamelones”, confunden el desconocimiento del recién llegado con estupidez. La pregunta es, ¿todos ellos nacieron sabiendo de toros? Nadie duda de sus conocimientos, pero ¿ellos son los poseedores de la verdad única?, ¿no es acaso posible que se hayan olvidado de una parte fundamental de la Fiesta, que es el sentimiento y la emoción que esta provoca?; ¿Se puede juzgar un sentimiento ajeno?; ¿Cabe en algún lugar esta soberbia?

La respuesta para mí es simple, estos aficionados “de cepa”, con “solera”, no le hacen ningún bien a la Fiesta que tanto dicen amar y defender. Por un lado, viven mendigando la atención de la mayoría de la población, suplicando que llenen los tendidos para que se vea que la Fiesta está más viva que nunca… pero por el otro, cuando aquellos pocos escogidos que logran vencer todas las adversidades arriba mencionadas van a la plaza y llenan los tendidos, los agreden y de la forma más cruel y despiadada, tachándolos con toda clase de sobrenombres y, finalmente, hacen sentir al neófito incómodo y terminan por alejarlo de las plazas.

Incluso entre aquellos que tarde a tarde frecuentan el recinto sagrado, donde toros y toreros ofrendan su vida  a cada instante, hay agresiones y descalificativos. La desunión se permea, los egos se exaltan, se respira la soberbia. Y si bien frontalmente se saludan, por las espaldas llevan la puntilla y se muestran despiadados con sus congéneres. Es por esto que la Fiesta está agonizante, porque hemos olvidado que ser taurino es algo más que asistir a las plazas tarde a tarde, que la tauromaquia es un bien común, al alcance de toda la población; que dista mucho de ser un bien suntuario destinado a un grupo de privilegiados. La Fiesta Brava es del pueblo y para el pueblo, es quizás una de las manifestaciones más democráticas generada por el hombre. Su misma historia nos debe recordar que el pueblo despojó a la nobleza de esta Fiesta y exigió su legítimo derecho sobre ella.

Nuestro deber como verdaderos taurinos, no es el acumular en la cabeza datos y fechas, nombres de toros y toreros famosos, no es creer que se es un “entendido”, no es pensar que se sabe más que el vecino en la barrera siguiente. Nuestro deber es primero recordar que la Fiesta de los toros es de todos, es de todo aquel que se acerque a ella. Que cualquiera que esté en presencia de esta magnífica manifestación humana, de esta representación de la vida, merece nuestro total y absoluto respeto. Y en caso de que se encuentre, a nuestro parecer, en un error o viviendo en la ignorancia, ayudarlo a salir de su estado. ¡Es nuestro deber como iniciados en el Arte de la Tauromaquia!  Debemos respetar los sentimientos, las emociones y los pareceres de los que no comparten nuestra opinión ni visión. Debemos de tomar del brazo a aquellos nuevos aficionados y conducirlos hasta la grandeza del conocimiento de este hermoso Arte. ¿Con qué finalidad? Con la de preservar por muchos siglos más esto que tanto amamos.

Es una triste realidad, sin nuevos aficionados, la Fiesta Brava morirá. Es nuestro deber acercar a aquellos que se interesan, y sobretodo mantener con un trato amable y digno a aquellos que buscan salir de su ignorancia. Si amamos esto realmente debemos despojarnos de toda soberbia, debemos de instruir, no destruir a los nuevos aficionados. Está en nuestras manos el futuro de la Fiesta, nuestra Fiesta de Sangre y Arena…