miércoles, 16 de mayo de 2012

CUANDO YO ERA ANTI TAURINO

Tengo que hacer una terrible confesión: yo fui anti taurino.

Es cierto, a mis quince años fui a una protesta anti taurina por primera vez, y empecé a convertirme con el tiempo en activista antitaurino. La correría duró un año (pues luego dejó de interesarme la anti tauromaquia), y ahora tengo 23, y llevo dos años amando a la Tauromaquia.

Pero escribo para contar lo que sé, lo que viví, lo que desaprendí en el año en que, presa de mi adolescencia, odié a morir a las corridas de toros.

Como siempre, en esa edad son los amigos los que determinan en gran parte los gustos propios. Unos amigos me invitaron a una protesta anti taurina en Bogotá; como adolescente promedio, con aires de rebeldía y bobada, yo odiaba las corridas de toros y a los taurinos, pues desde siempre me había tragado la propaganda anti taurina; en esa época, yo todavía pensaba que cuando decían “dos orejas”, el torero se las había quitado a espadazos Ninja al pobre animalejo vivo. De hecho, eso me lo dijo mi amigo antitaurino que me invitó a la protesta, y aún hoy la totalidad de los anti taurinos no saben qué cosa significa “dos orejas”. Pero bueno. Cuando llegamos a la Plaza de Bolívar, sólo vi a otros adolescentes como yo, salvo unos tres o cuatro viejos; animalistas radicales, de vieja data. Uno de ellos me puso a cargar un pendón gigante, sin siquiera pedirme el favor, donde se anunciaba que Benetton masacraba ovejas (¿?), y que comprar Benetton era pagar por la masacre de ovejas… Y mi hermano con un reloj de Benetton en casa, subsidiando el ovejicidio!. Luego recorrimos la Séptima, gritando con un par de mimos cosas que no entendíamos, palabras que por primera vez oíamos (“elitista”, “voyerista”, “motosierrista”, “parasadismo”), y (¡ay!) por desgracia, los protestantes a mi izquierda y derecha tampoco sabían qué significaban. Total, seguimos gritando… Y mucho. Recuerdo que así pasaron cuatro horas, insultando a los taurinos que pasaban al frente de la protesta, que se identificaban por llevar sombrero (gritábamos “se ponen sombrero, se tapan la cara”… no me pregunté cómo un sombrero puesto logra tapar una cara, pero bueno, era adolescente y antitaurino), botas de piel de animal, o porque simplemente pasaban al frente. Quedé afónico de tanto gritar con odio, y recuerdo haber sentido una extraña sensación de placer al insultar a los taurinos: cuando les gritaba asesinos, incluso pegaba saltitos como los demás, y señalaba a los taurinos con mi dedo índice bien rígido. Para un adolescente, esas vainas son muy excitantes. 

Luego, de esos punkeros adolescentes que empiezan su vida licenciosa de protestas y drogas en la protesta antitaurina, antes de saltar a las protestas del Día del Trabajo, salió uno, lo recuerdo, con cresta roja y dos cachos de cartón, y empezó a tirarle piedras a la policía. Estaba tan drogado, que hasta se cayó tirando una piedra, y fue al primero que la policía detuvo, pues unos 30 antidisturbios se nos vinieron encima. Nos corretearon hasta abajo del Cementerio Central, y ahí conocí a Andrea Padilla, mujer-animal que con el tiempo empezaría a escalar posiciones en Animanaturalis, y que sacaría dinero del animalismo para graduarse de psicóloga. Recién empezaba a ser vegana, y escupía diciendo que los taurinos eran muy poderosos, y que la policía estaba comprada. Me la presentaron, y yo, ardido por los taurinos y la policía, le dije… ¡quiero ser activista! 

-¡Pero claro que sí!, me respondió… 

¿Y cómo no iba a ser yo un activista, si había cargado unas 20 calles el pendón de Benetton, mientras la policía antidisturbios nos perseguía, y no lo dejé caer ni una sola vez?

Lo que sigue es el ascenso de Andreíta desde las cloacas de animanaturalis hasta ser la líder suprema, la que hoy responde entrevistas, la que va a organizar las marchas, la que cobra dinero duro, la que lleva 8 años siendo vegana y lo pregona en toda parte, como si fuera un Cristo ante Tomás el incrédulo, y quisiera demostrar que se puede sobrevivir por 8 años sin comer carne. Yo, ni entonces ni ahora, dejé de comer carne, huevo, leche, cerdo, pero le decía a ella y al resto de activistas en nuestras reuniones de cada viernes que ni de fundas yo comía carne. Aquella gente es rarísima, me refiero a los vegans, pueden oler a calles de distancia si uno comió carne, o se tomó un yogurt. Me tocaba comer chicle de menta y luego llegar al parque. A veces, Andrea llevaba una taza de plástico con un mazacote de lentejas sin sal. Si queríamos mostrar compromiso y amor por los animales, teníamos que comernos el mazacote frío, desabrido, insípido y lúgubre, además de otras actividades como recoger perros en la calle y bañarlos, y dejar que le lamieran la cara a uno. O ir a cada protesta, cada plantón, contra cada circo, cada laboratorio en la 68, cada fama grande en Paloquemao (pues el plan animalista, y no lo pueden negar, es que el comer carne se prohíba, volviendo animalistas a los políticos), y, sobre todo, cada acción en contra de la Tauromaquia.

Eran acciones torpes, pero a las que le dábamos un significado grandísimo para que la ONG de afuera (animanaturalis internacional) nos creyera que hacíamos algo, y nos mandaran el dinero. Parecíamos el régimen norcoreano cuando le pone adjetivos exagerados a las vainas para engañar y autoengañarse: “contundente acción contra la tauromaquia”, “triunfo indiscutible de la defensa animal”, “la más grande acción en contra de la tauromaquia”… aunque fueran bobadas ciertamente, pues éramos los mismos quince, gritando o pitando un ratito, hasta que nos cansábamos y nos íbamos a revelar las fotos que nos habíamos tomado (cuando no había cámara digital) o a comer lentejas sin sal. Eso me recuerda que los vegans aún hoy tienen el complejo norcoreano de “querido y amado líder amado por el pueblo” con su comida: “sabrosa comida vegan”, “deliciosa comida vegan”, y más recientemente “molecular y exquisita comida vegan”.

Siempre hay engaño y autoengaño. No voy a hablar de la zoofilia, que la había, no precisamente en Andrea o en las otras mujeres activistas, pero sí en algunos hombres que intercambiaban películas zoofilicas. El resto, realizábamos acciones de amor animal diferentes. Recuerdo que había una activista que le decíamos Pili, porque era Pilar, y era fotógrafa profesional y diseñadora gráfica. Era la encargada de hacer los fotomontajes, de añadir sangre a los toros, o modificar el color de la sangre, o modificar los ojos para darles expresión de osito de peluche (incluso usaba unos cuadernos cuya portada eran unos ositos muy tiernos, los dibujaba y luego escaneaba y luego hacia el montaje sobre la mirada bravía del toro), además de poner en letras sangrientas los nombres de los toreros o añadirles eventualmente sangre a los toreros, o poner frases como “por qué me odias” a un toro doblado con el estoque arriba. Al final, la foto era un Drácula vestido de luces contra un pobre animalito salido de Disneylandia. Un crimen la tauromaquia, si las vainas fueran así. 

Yo quedé muy desencantado cuando pude ver con mis propios ojos esos primeros montajes, aún más porque Andrea me pidió que los fotocopiara en 500 copias, y tras del hecho ir con otros dos principiantes a repartirlos en el centro de Bogotá. Nos prometían unos pesos, eso sí para “comprar una gaseosa con pan” y todo sea porque “somos la voz de los que no tienen voz” (o sea, la voz de los animales admite los montajes, las mentiras, las amenazas… son jodidos esos animales). Cuando veo hoy a los adolescentes repartiendo volantes, recuerdo mi adolescencia, y me los imagino comiendo boronas de pan caídas en la gaseosa. Tan barato se vende el adolescente. Tan barato me vendí.

Y no era lo único que se organizaba. A veces había recolecta de todas las ONG animalistas, (ADA, SDA, ANIMANATURALIS, FAUNA, ALF, los poquitos de PETA que habían entonces, Pata, basta ya! todo el combo reunido) para comprar abonos y entradas de corridas, y luego las metían en una bolsa de la basura tras haber roto en infinitos pedacitos las boletas. Al día siguiente, aparecían en los noticieros las imágenes de unos puestos vacíos en las corridas de Cali, y obvio, se subía a la web que la decadencia taurina era inevitable. O también se miraba la prensa taurina, y se copiaba los nombres de las personalidades que habían ido a las corridas, y se hacia una lista negra, junto a los patrocinadores, para que la gente persiguiera (la palabra iba en esas mayúsculas) a los promotores de la masacre, aunque se metieran nombres de personas que eran conocidos delincuentes, conocidos guerrilleros o paramilitares, o que ya estaban en la cárcel, así no fueran taurinos. O también, Pili cogía la foto de una niña llorando que aparecía en El Tiempo, la recortaba, y la ponía con un fondo de Plaza de Toros, para que pareciera que la niña lloraba traumada. O también, Andrea empezaba a hablar en los medios, y decía que a las protestas habían ido más de 200 manifestantes, cuando con suerte, en mi segunda protesta antitaurina, apenas éramos 40. Y también la desinformación: que a las corridas fueron 100 ancianos no más, o 150 porque a toros sólo van viejos, putas y narcos, o que se le echaba vaselina en los ojos al toro, o se le colgaban sacos de arena (en una entrevista radial, la misma Andrea reconoció que todo eso era falso, lo de la vaselina y los sacos de arena), o que lo torturaban con 10 banderillas que tenían veneno, o que las faenas más importantes eran las que más derramaban sangre, o que al toro le quitaban las orejas y el rabo mientras seguía vivo y de pie, para debilitarlo. Todas esas mentiras, todos esos montajes, todos esos tarros con lentejas frías.

¿Por qué tantas mentiras? Pensaba yo.

Entonces decidí encarar a Andrea, preguntarle qué sentido tenía tantos montajes, tantas burlas, si nosotros teníamos razón, si la tauromaquia debería desaparecer, si estaba en decadencia. Qué decepción, pues me dijo que el amor por los animales lo permitía todo, y que cualquier cosa era poca a la hora noble de luchar por nuestros hermanos sin voz. 

Por un momento me pregunté si de verdad yo sabía qué era el arte, qué era la cultura, y por qué o qué significado tenía que le quitaran las orejas a un animal vivo (aún lo creía)… terminé reconociendo que no tenía respuesta a esas preguntas, pero lo que sí tenía era una tristeza muy grande, pues yo creía en la anti tauromaquia, yo creía que teníamos razón, y si la teníamos, no había necesidad alguna de recurrir a las mentiras. Total, la mayoría ni vegans éramos; cuando Andrea doblaba la esquina, nos zampábamos un perro caliente (cosa que ella detestaba y aún detesta como nada, pues es carne de una res, y abusa semánticamente del animal, pues tiene nombre de otro animal: el perro, o sea, “es un hijueputa abuso contra dos animales”).

No sabía qué pensar, hasta que me di cuenta de que había perdido un año entero de mi vida, dando vueltas en torno a mentiras. Al siguiente domingo, no fui a la protesta, ni a esa, ni al resto que siguieron. Nunca más fui antitaurino.

El tema me fue indiferente por años, hasta que estudié Antropología y también mi interés por el mundo del Arte despertó: aprendí la diferencia fáctica y productiva entre un cuadro de Rothko y uno de Pollock, aprendía a diferenciar entre un cuadro impresionista y uno expresionista abstracto, por qué son Arte los móviles de Calder, el Ready made de Duchamp, aprendí por qué Bacon creó la belleza a partir de un caos caliente, me hice amigo del Maestro David Manzur (un pintor anti taurino)… en fin… me hice a una educación estética, y viendo en la televisión por accidente una nota de noticiero sobre una faena, pude entender qué tanto valía plásticamente un natural de José Tomás. Me interesé por el mundo taurino, descubrí que TODO, absolutamente TODO lo anti taurino es tendencioso, falso, amañado, fanático, construido sobre desinformación y montajes… y cómo eso traza un contraste inmenso con la vida del toro… tienen que ver cómo vive el toro gracias a los dineros de la tauromaquia, incluso mejor que muchos de los humanos… raro se me hacía que nunca en la militancia nadie dijera nada sobre cómo vivía el toro, cuando todo el día nos quejábamos de que perros, gatos, caballos y otros animales, vivían como pordioseros, o peor que pordioseros… ¿Por qué nunca me dijeron en el animalismo que el toro vivía así? 

Yo fui anti taurino, sí. Pero ahora soy Taurino, no recurro a montajes, a mentiras, a desinformación… yo subsidio la vida ideal para el toro y su familia, y lo veo morir como un héroe, como un bravo, y lo admiro, porque una cosa es amar con fanatismos (el amor fanático es siempre obsesivo y dañino) como los animalistas, como Andrea, como Pili… y otra cosa es amar de verdad, como nosotros los taurinos amamos al toro. Le damos la mejor vida, la mejor muerte, y pensamos en él día y noche.

Espero que los adolescentes que vayan el domingo a protestar, no sean torturados con tarros de lentejas sin sal, pero sobre todo, espero que nuestra sociedad a futuro y por culpa del fanatismo animal, no sea obligada a comer las lentejas, y nos toque comer carne a escondidas, como nos va tocar ver toros a nosotros, si la locura social continúa… 

No voy a decir que en la militancia anti no conocí gente valiosa, la hay, como también conozco gente valiosa del toro; lo mismo para las personas inteligentes, de un lado y otro, los amables, los buenos de verdad… si en lugar de luchar para joderle la calidad de vida al toro, los anti taurinos se unieran a nosotros para que otros animales, como el perro callejero, puedan tener esa gran calidad de vida, la sociedad de verdad sería mejor, no prohibiendo la tauromaquia.

Alguna vez le dije a Andrea por msn, ya sabiendo que yo era taurino….”bueno, y si sabes que el toro vive bien… ¿Para qué le quieres quitar su buena vida? ¿Acaso no es un millón de veces más horroroso condenar al toro al matadero y a la carnicería, y al régimen de engorde? ¿Acaso no te importa?

-No, no me importa- respondió. 

Nunca más volvimos a hablar.

Julio Sanmiguel.