sábado, 31 de julio de 2010

BUSCARLE TRES PIES AL TORO

Por Antonio Caballero
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Desde hace algunos años vengo oyendo repetir a menudo un aforismo inventado por algún antitaurino ingenioso, que por lo visto a muchos les parece el colmo irrefutble de la crítica:

-Si el toreo es arte, el canibalismo es gastronomía.

Pues sí. Las dos proposiones son ciertas, y ninguna de las dos es censurable. Otra cosa es que el ingenioso antinturino, que a lo mejor es también antigastrónomo, confunda los valores propios del arte con sus gustos personales. El toreo -para qué voy a entrar en ello ante los lectores de esta revista- es sencillamente el arte de bien torear. Y la gastronomía es sencillamente el arte de bien comer. Independientemente de cuál sea la naturaleza de las cosas que se comen, minerales, animales o vegetales: sal de roca, o almejas que se trgan vivas, o nueces secas y roídas, ya caídas del noga, como las consumen los vegetarianos más estrictas. O personas. El canibalismo, esa práctica cultural que consiste en darle a la carne humana tratamiento de producto alimenticio, pertenece por derecho propio al reino de la gastronomía. Puede gustar o no gustar, por supuesto. Yo, por ejemplo, no soy canibal. Pero tampoco me gust, pongamos el caso, el brócoli, y no por eso le niego al soufflé de brocoli al queso parmesano su condición de preparación gastronómica que para otros paladares puede resultar exquisita.

Ya digo: el ingenioso antitaurino autor del aforismo identifica el arte con sus gustos individuales, y la negación del arte con sus repugnancias íntimas, o inclusive con sus propias convicciones filosóficas o sus propios prejuicios culturles. Pero un arte no es una moral, no hay que juzgar el arte con criterios morales. Para los nazis, por ejemplo, todo el arte abstracto, impresionist, cubista o surrealista de la primera mitad del siglo XX era "arte degenerado". Para los curas doctrineros de la conquista de América el arte de los mayas o de los aztecas no era arte, sino manifestación demoníaca. Sin ir tan lejos, el ingenioso antitaurino me recuerda a lo que se llama en inglés un philistine, un filisteo: alguien estrecho de miras, inculto, indiferente al arte. Una de esas personas que, para decirlo con Machado "desprecian lo que ignoran", y que frente a una instalación de Beuys o un cuadro de Tapies comentan despectivos:

- ¿Esto? Esto lo hará mi hijo que tiene cuatro años con los ojos cerrados. Y les niegan la condicion de música a las composiciones electrónicas de Stockhausen, por complicadas, o las marchas militares por elementales. Y si menciono las marchas es porque el aforismo antitaurino que vengo citando me recuerda la célebre frase ingenios de Georges Clemenceau sobre los militares:

-La justicia militar es la justicia lo que la música militar es a la música.

A lo mejor Clemenceau sabía mucho de música; pero, siendo como era un político profesional, no creo que entendiera mucho de justicia.

De manera que nada de comparaciones, por ingeniosas que resulten. A quien no le gustna los toros es porque no le gustan. Está en todo su derecho. Pero ue no le busque tres pies al gato. Que no se ponga a buscarles a sus disgustos o repugnancias personales y viscerales motivos éticos o estéticos, porque on vienen a cuento.

¿Y entonces nosotros qué, a quienes sí nos gustan? Pues exactamente igual. Nos gustan porque sí: porque nos gustan. Las consideraciones éticas, estéticas, etcétera, no son nin justificación ni disculpa: vienen por añadidura.