jueves, 21 de febrero de 2013

MONSEÑOR PORRAS OPINA SOBRE LA FIESTA DE TOROS


Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo

Todas las fiestas populares  han generado a lo largo del tiempo polémicas de diversa índole. Es connatural a la condición humana el que haya gustos y disgustos para todo. No existe ninguna realidad que sea del agrado de todos. La fiesta supone, mejor exige, un rompimiento con la cotidianidad y con los parámetros ordinarios de comportamiento. Es una oportunidad de oro para satisfacer lo que los cánones sociales no dejan, como la igualdad o mejor el igualamiento entre ricos y pobres, entre poderosos y gente de a pie.

En la tradición hispana, de la cual somos herederos, las fiestas, y sobre todo, las fiestas religiosas, estuvieron y están, ligadas a juegos, ferias de comercio o ganado, y a los toros. En la historia venezolana, las corridas de toros, bien sea coleados o toreados, se remontan a las primeras décadas de la colonia. El famoso Sínodo de la diócesis de Caracas de 1687 le dedica un número en sus constituciones, lo que da a entender que se trataba de algo común y admitido por la población. Los Papas Pío V y Gregorio XIII habían prohibido, no las corridas de toros, sino la asistencia de clérigos a las mismas, bajo pena de excomunión. Sin embargo, Clemente VIII levantó la pena y simplemente dejó sentado que la decencia del estado clerical postula que los ordenados ni ejecuten ni asistan a tales espectáculos.

Esta prohibición estuvo vigente entre nosotros, en la Instrucción Pastoral del Episcopado hasta los años del Concilio Vaticano II. Sin embargo, la asistencia de clérigos a tales espectáculos siempre se dio, aunque no sin algún inconveniente por parte de la autoridad superior. A finales de los años cuarenta del siglo pasado, un joven sacerdote, el Padre Bernardo Heredia, del clero valenciano, gran aficionado a los toros, se dirigió a Mons. Gregorio Adam, obispo de Valencia, para solicitar permiso de trasladarse a Caracas a exámenes médicos. El verdadero interés del Padre Heredia era asistir a la corrida de toros en el Nuevo Circo de Caracas. Hubo una faena tan buena que el buen sacerdote, vestido con sotana y sombrero, le obsequió este aditamento al diestro que daba la vuelta al ruedo. La foto salió en la primera página de la prensa caraqueña, lo que no libró al famoso cura de una reprimenda de su superior.

Mons. Alejandro Fernández Feo, caraqueño y obispo de San Cristóbal, no se perdía corrida en la monumental del Táchira, aunque prohibía a los seminaristas que se subieran a la torre de la basílica de la Consolación en Táriba, durante los días de ferias, para que no vieran desde lo alto las corridas que tenían lugar en la plaza contigua al templo.

Los moralistas salmaticenses, maestros de la ética de la famosa universidad de Salamanca, al tratar del quinto mandamiento, dedican un largo apartado a la moralidad de las corridas de toros. Sólo pusieron dos restricciones: que no se tuvieren en día festivo y que se tomaran las precauciones necesarias para para que no sucediese alguna muerte. A los clérigos, se les prohibía torear, pero no la asistencia a las corridas. De lo que no se abstienen lo que las adversan, es de tener en el plato un suculento trozo de buena carne vacuna.