Las corridas de toros, como las conocemos hoy, datan en España y en la América española de la época de la Ilustración (l750-l850). Los señores de a caballo de las antiguas fiestas son sustituídos por los peones, y se escriben los primeros reglamentos taurinos, que buscan tanto proteger la vida del torero como preservar la integridad del toro hasta el momento ritual de su muerte. Son normas que al ser observadas permiten que el juego del toreo se transforme en arte. Un arte específico que contiene los ideales de la cultura hispánica: el sentido trágico y heroico de la vida. El toreo es así una gran metáfora sobre la vida y la muerte.
Como todo arte, el del toreo no es comprendido por todo el mundo. Pero esa no es una razón para atacarlo y pretender prohibirlo con el argumento de que es cruel, detrás del cual se esconde el simple afán de prohibir los gustos y aficiones de los demás.
Nosotros, aficionados a la llamada fiesta brava, reclamamos y defendemos nuestro derecho a gozar de una tradición artística pacífica. Reclamamos nuestro derecho a la libertad de opción cultural, como se respeta la libertad de conciencia. El ataque a las corridas es una manifestación violenta de intolerancia cultural y social. Así como no pretendemos imponerle a nadie nuestra afición, exigimos respeto absoluto por nuestros gustos y sentimientos.
También nosotros somos defensores del medio ambiente y de la conservación de las especies, que incluyen la del toro bravo, y en consecuencia las condiciones que hacen posible su crianza y su existencia.
En constancia firmamos:
Antonio Caballero
Alfredo Molano