jueves, 21 de julio de 2011

TOROS Y LIBERTAD


Pablo Lucio Paredes
El Albero


Los Gobiernos fueron creados para hacer lo que nosotros no podemos hacer personalmente o mediante nuestras organizaciones cercanas. Por ejemplo, la defensa nacional o las relaciones internacionales, no para administrar nuestras conciencias. Ese es el espacio de las personas y familias, fundamento de la libertad que solo puede ser invadido en casos muy extremos y que no generen duda, en particular cuando los menores de edad deben ser protegidos de abusos claros por parte de sus progenitores. El Defensor del Pueblo pretende que eso son las corridas de toros: los padres irresponsables e insensatos (¿debemos agradecerle por querer educarnos?) exponemos a nuestros hijos a un acto violento que está claramente orientado a la muerte del animal.

Es un abuso inaceptable. Las corridas de toros para los que las apreciamos, son un espectáculo cultural, tienen un enfoque artístico y ciertamente constituyen un duelo noble entre un hombre y un animal, siendo sin duda más violentas que el ballet. El Defensor del Pueblo no tiene por qué compartir esa opinión, pero se la debe guardar para su esfera personal: con no llevar a sus hijos a las corridas está cumpliendo con su conciencia, no tiene ningún derecho a convertir sus criterios en normas para los demás. Es correcto que nos informe sobre sus impresiones, advertirnos sobre los riesgos que él percibe, incluso obligar a que los menores de edad deban estar acompañados de sus padres, nada más. No puede pasar esa barrera que le convierte en censor de las decisiones familiares.

¿Entran las corridas en esa esfera en que los padres “irresponsables” ponemos en riesgo a nuestros hijos? Nunca. ¿O acaso el Defensor tiene pruebas debidamente sustentadas, demostrando que los niños expuestos a estos espectáculos son más violentos y peligrosos para la sociedad? Hay gente que nunca ha ido a los toros y que estoy seguro es más peligrosa que los taurinos (incluyendo muchos políticos). Si tiene pruebas debería compartirlas para convertirse en un referente de nuestras decisiones. Mañana, bajo ese criterio, podría prohibirnos ver cuadros de Goya, porque contienen un alto grado de violencia, o leer sobre los campos de concentración cuya atrocidad es inigualable. Y si usted cree que este tema se asemeja a la censura municipal que establece edades en el cine, pues déjeme decirle que pienso exactamente lo mismo: deben servir de orientación pero nunca de obligación para menores acompañados de sus padres. Las percepciones de unas personas no pueden ser reglas para todos.

Esto gira alrededor del problema de saber hasta qué punto la colectividad puede tomar decisiones sobre el individuo. Y el poder moderno (más aún en el Ecuador actual) evidentemente rebasa esos límites: nos quieren imponer un estilo de vida y una forma de pensar, y de ninguna manera la democracia puede justificarlo. No porque alguien recibió votos de una mayoría o fue nombrado por la autoridad a un cierto cargo, puede entrar en la zona de nuestras conciencias. Incluso una votación mayoritaria no puede orientar nuestra cultura en aspectos como las corridas taurinas. Esa libertad aún es nuestra.