Antonio Caballero
6Toros6, No. 889
Es estos días publicó un periódico colombiano una fotografía de anti taurinos en acción en la que…. No. Primero voy a hacer unas breves consideraciones sobre el antitaurinismo.
El rasgo característico de los anti taurinos es su ceguera al arte. No me refiero al arte del toreo: de eso hablaré después. Sino al arte en general. Su ceguera, su sordera, como quieran llamarla: su incapacidad para comprender lo que están viendo, lo que están oyendo, lo que están pasando. Tienen ojos, y no ven, como dice la Escritura. (Pero tampoco leen lo escrito; no quieren saber).
Sin embargo, a su propio pesar, están aprendiendo. Y paradójicamente es su propio antitaurinismo el que les sirve de guía. Así hemos visto como últimamente se les han venido abriendo las meninges a los misterios de la poesía y de la música. Rudimentariamente, es verdad, al menos por ahora. Su contacto con la poesía se reduce a la repetición obsesiva de unos pocos pareados disparejos de prosa rimada en consonante, del estilo de
“¡Los toros no son cultura!
¡Los toros son tortura!”,
entonados sobre un ritmo monótono acentuado en la penúltima sílaba (… ¡uúúúra!...uúúúra!), que les sirve, suponen ellos, de acompañamiento musical. A veces dan unos brinquitos: es su aproximación a la danza. Los antitaurinos son muy primitivos. Lo cual, me apresuro a aclarar, no es un defecto: es un estadio temprano y todavía tosco de desarrollo espiritual, que puede evolucionar con el paso del tiempo. Faltan, claro, siglos, tal vez milenios, para que sus elementales versitos pareados se conviertan en hexámetros griegos o en octavas reales castellanas, para que descubran la rima asonante o el verso libre. Pero ahí van progresando. Y a sus primarios cantos corales les falta todavía pasar por la etapa del orfeón para llegar a la ópera, y sus brinquitos simiescos no llegan todavía ni a nivel de la polka. Pero por algo se empieza. Y con esto vuelvo a la fotografía de prensa que mencioné al principio.
Muestra una instalación, hecha de cuerpos humanos semidesnudos, tirados sobre el pavimento de una plaza en Cali, ciudad taurina. Es una manifestación contra las corridas conformada por unas cuantas docenas de militantes anti taurinos. Unos están pintarrajeados de rojo, otros de negro: a los anti taurinos les encanta semidesnudarse y embadurnarse de colores para llamar la atención: en ellos alumbra ya también un embrión de arte dramático. Entros todos representan la imagen de un toro con el morrillo ensangrentado (los de rojo) y negro el resto de pitones a rabo.
A estos antitaurinos se les nota que no han visto en su vida un toro bravo. El que pintan con sus cuerpos en el piso es una ofensa a la especie más bella del reino animal. Es un toro imposible, a la agalgado, sin barriga, y acochinado: redondeado de lomos como un cochino cebado. Carece de papada, como una gacela, y en cambio lleva al cuello los cuerpos colgantes de dos antitaurinos que semejan una especie de esquila de buey. Tiene muy poca cara, y el pitón izquierdo está partido por la cepa. Y mientras las patas traseras terminan en cascos achatados y redondos de equino, tampoco las manos tienen verdaderas pezuñas de bovino, sino pinzas como las de un cangrejo. Se ve una gran confusión por el lado de los cuartos traseros: patas, rabo, algo que puede ser un pene recurvado y largo. Pero testículos no hay. Y una de las cosas más notorias de un toro bravo son los testículos, pesados y bamboleantes como badajos de campana. En resumen: es un toro mal hecho.
Lo cual no es de sorprender. Es un toro imaginario, imaginado por antitaurinos de acuerdo con descripciones fragmentarias y fantasiosas de terceros. Como el famoso elefante indio descrito por unos ciegos únicamente mediante el tacto: el uno le palpó un colmillo, el otro le columpió la trompa, el otro le tiró el rabo, y los cuatro murieron aplastados por las patas que estaba empezando a reconocer el cuarto. O como el dromedario, del cual se dice que es un caballo diseñado por un comité. Los anitaurinos critican de oídas, porque no van a los toros, No saben cómo son.
Pero que no se fíen mucho de su propia ignorancia, como los cuatro ciegos del elefante. Porque se empieza queriendo pintar al toro, y se termina tratando de torearlo.
Pero es largo el camino entre lo uno y lo otro, desde el balbuceo pictórico hasta el arte del toreo. Los antitaurinos van ya por la cueva de Altamira-aunque sin la perfección soberana de trazo que tienen aquellos bisontes rojos y negros. Les faltan treinta mil años para llegar a una media verónica de Morante de la Puebla.
6Toros6, No. 889
Es estos días publicó un periódico colombiano una fotografía de anti taurinos en acción en la que…. No. Primero voy a hacer unas breves consideraciones sobre el antitaurinismo.
El rasgo característico de los anti taurinos es su ceguera al arte. No me refiero al arte del toreo: de eso hablaré después. Sino al arte en general. Su ceguera, su sordera, como quieran llamarla: su incapacidad para comprender lo que están viendo, lo que están oyendo, lo que están pasando. Tienen ojos, y no ven, como dice la Escritura. (Pero tampoco leen lo escrito; no quieren saber).
Sin embargo, a su propio pesar, están aprendiendo. Y paradójicamente es su propio antitaurinismo el que les sirve de guía. Así hemos visto como últimamente se les han venido abriendo las meninges a los misterios de la poesía y de la música. Rudimentariamente, es verdad, al menos por ahora. Su contacto con la poesía se reduce a la repetición obsesiva de unos pocos pareados disparejos de prosa rimada en consonante, del estilo de
“¡Los toros no son cultura!
¡Los toros son tortura!”,
entonados sobre un ritmo monótono acentuado en la penúltima sílaba (… ¡uúúúra!...uúúúra!), que les sirve, suponen ellos, de acompañamiento musical. A veces dan unos brinquitos: es su aproximación a la danza. Los antitaurinos son muy primitivos. Lo cual, me apresuro a aclarar, no es un defecto: es un estadio temprano y todavía tosco de desarrollo espiritual, que puede evolucionar con el paso del tiempo. Faltan, claro, siglos, tal vez milenios, para que sus elementales versitos pareados se conviertan en hexámetros griegos o en octavas reales castellanas, para que descubran la rima asonante o el verso libre. Pero ahí van progresando. Y a sus primarios cantos corales les falta todavía pasar por la etapa del orfeón para llegar a la ópera, y sus brinquitos simiescos no llegan todavía ni a nivel de la polka. Pero por algo se empieza. Y con esto vuelvo a la fotografía de prensa que mencioné al principio.
Muestra una instalación, hecha de cuerpos humanos semidesnudos, tirados sobre el pavimento de una plaza en Cali, ciudad taurina. Es una manifestación contra las corridas conformada por unas cuantas docenas de militantes anti taurinos. Unos están pintarrajeados de rojo, otros de negro: a los anti taurinos les encanta semidesnudarse y embadurnarse de colores para llamar la atención: en ellos alumbra ya también un embrión de arte dramático. Entros todos representan la imagen de un toro con el morrillo ensangrentado (los de rojo) y negro el resto de pitones a rabo.
A estos antitaurinos se les nota que no han visto en su vida un toro bravo. El que pintan con sus cuerpos en el piso es una ofensa a la especie más bella del reino animal. Es un toro imposible, a la agalgado, sin barriga, y acochinado: redondeado de lomos como un cochino cebado. Carece de papada, como una gacela, y en cambio lleva al cuello los cuerpos colgantes de dos antitaurinos que semejan una especie de esquila de buey. Tiene muy poca cara, y el pitón izquierdo está partido por la cepa. Y mientras las patas traseras terminan en cascos achatados y redondos de equino, tampoco las manos tienen verdaderas pezuñas de bovino, sino pinzas como las de un cangrejo. Se ve una gran confusión por el lado de los cuartos traseros: patas, rabo, algo que puede ser un pene recurvado y largo. Pero testículos no hay. Y una de las cosas más notorias de un toro bravo son los testículos, pesados y bamboleantes como badajos de campana. En resumen: es un toro mal hecho.
Lo cual no es de sorprender. Es un toro imaginario, imaginado por antitaurinos de acuerdo con descripciones fragmentarias y fantasiosas de terceros. Como el famoso elefante indio descrito por unos ciegos únicamente mediante el tacto: el uno le palpó un colmillo, el otro le columpió la trompa, el otro le tiró el rabo, y los cuatro murieron aplastados por las patas que estaba empezando a reconocer el cuarto. O como el dromedario, del cual se dice que es un caballo diseñado por un comité. Los anitaurinos critican de oídas, porque no van a los toros, No saben cómo son.
Pero que no se fíen mucho de su propia ignorancia, como los cuatro ciegos del elefante. Porque se empieza queriendo pintar al toro, y se termina tratando de torearlo.
Pero es largo el camino entre lo uno y lo otro, desde el balbuceo pictórico hasta el arte del toreo. Los antitaurinos van ya por la cueva de Altamira-aunque sin la perfección soberana de trazo que tienen aquellos bisontes rojos y negros. Les faltan treinta mil años para llegar a una media verónica de Morante de la Puebla.